Entre mediados de los siglos XIX y XX un puñado de hombres y mujeres cambiaron la manera en que vemos el mundo. Con un denominador común que resulta clave: todos eran judíos. Cada uno en su respectivo campo del saber marcaron un antes y un después en el devenir de la historia universal. Norman Lebrecht fija este período, auténticamente revolucionario, entre los años 1847 y 1947. Nombres como Mendelssohn en la música, Carlos Marx, Sigmund Freund, Marcel Proust, Albert Stein, Kafka y muchos otros enriquecieron el pensamiento, la ciencia y las artes con planteamientos que marcaron un giro de 180 grados en el devenir de la civilización occidental. Judíos europeos de Viena, Berlín o Nueva York abrieron nuevos caminos por los que hoy en día transcurren todavía las rutas del progreso. Muchos de esos genios no eren religiosos pero llevaban en su acervo la señal indeleble de la Torah y el Talmud. Marx es descendiente, por vía materna y paterna, de rabinos, algunos de ellos de gran eminencia. Sus devotos no lo admitirían ni hartos de vino pero el gran filósofo del socialismo era, en realidad, un judío de sangre azul. Heine, el gran poeta, escribió una rapsodia sobre la «Princesa Shabat» que es una descripción del estricto cumplimiento del día de descanso de los judíos. En ese poema se incluyen dos versos meditativos sobre el «cholent», el típico plato del mediodía sabatino preparado a fuego lento a base de carne, patatas y judías.
Cambiar el mundo
20/08/23 0:29
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1 comentario
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Amb tot el respecte, un poc exagerat, no?