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El perfil del mallorquín que aplaude el destierro del catalán no lo habla, incluso conociéndolo. La animadversión alcanza cotas dignas de Freud. El despropósito de una comunidad que alardea de su poliglotismo en aras de un buen servicio al dueño de la isla, aquellos que hablan en inglés y alemán, no debería alarmarnos. Es una característica más del retrato robot de los indígenas que no solo votan al Partido Popular y a Vox. Nos llevaríamos sorpresas porque entre muchos votantes de partidos y grupos de izquierda también son del verbo castellano.

La laceración pública a la lengua romance, apeándola de ser usada en los organismos que pagamos todos, está provocando la salida del armario de Caín que asesina a Abel porque no le da la gana entender la lengua común. La misma que habla su hermano.

Yo, que soy nativa y con el castellano como lengua materna, me he sensibilizado una vez más con las causas perdidas. Me alío a los perdedores, los catalanoparlantes, y en mis chats me comunico en mi otra lengua. Ya dicen que el cultivo de los idiomas retrasa el envejecimiento, recoloca las neuronas, le da una alegría a tu hemisferio izquierdo. Podrás imaginar en qué estado de tristeza y languidez, en qué envejecimiento prematuro se van a quedar quienes ahora aplauden la patada al catalán. Ya sabemos que al ritmo que vamos, Mallorca se va a convertir en el paraíso de los viejos. Seremos la Baden Baden con efecto invernadero. Un planazo de destino.

Menos mal que los de Escena 101 me dan un poco de alegría por hacer de la improvisación un lugar de encuentro. Lejos del centro, en la cada vez más vigorosa periferia, en lugar de liarla parda y dando ejemplo al dramón del Teatre Principal, que ha perdido el rumbo como otras tantas entidades culturales de la isla, suman talento. Cinco compañías se han juntado para abrir una sala dedicada a la improvisación, un triple salto mortal de las artes escénicas que está pegando fuerte en esta ciudad. La autogestión es el modelo. Necesitan ayuda. Han abierto una sistema de apoyo financiero. En nuestras manos y en nuestros bolsillos está el levantar el telón y dejar que en modo profesional hagan lo que otros muchos hacen con sueldos de políticos y cargos de confianza: improvisar. La lengua usada para el arte de no hacer nada pareciendo que hacen mucho no es importante. Les hemos escuchado hablar en castellano y catalán. ¡Para qué engañarnos!

A mí lo que de verdad me preocupa es que con la vuelta al cole una vez más y con estas maneras de Prohens y compañía, las camisetas verdes usadas unos cuantos años atrás no sé si me van a entrar, y no están las economías para mucho gasto en vestimenta contestaria. Bè, per amor a la llengua faré dieta. ¿Intermitent?