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Siglos llevamos repitiendo, como auténticos capullos, que todas las comparaciones son odiosas, pero, por más odiosas que sean, lo cierto es que sin comparar cosas y fenómenos no se puede pensar, ni argumentar, ni nada, ya que cualquier proceso cognitivo es forzosamente comparativo. De hecho, hasta que un homínido con una piedra en cada mano, no empezó a compararlas al tacto y según el peso, y de ahí ya pasó a comparar otros objetos y criaturas (osos, árboles, homínidas), no se inició tal proceso cognitivo, que se desarrolla mediante comparaciones y analogías, y asciende por ellas como si fuesen los peldaños de una escalera. La escalera de Wittgenstein, exactamente, que hay que tirar al llegar arriba. Las comparaciones son odiosas, desde luego, pero sin ellas no hay raciocinio, por lo que debe tratarse de odio indispensable. Lo que, por simple ejercicio comparativo, nos lleva a establecer que la analogía (relación comparativa entre cosas distintas), madre a su vez del símil y la metáfora, es el mayor invento de la humanidad, sin el cual todavía estaríamos sopesando una piedra en cada mano con expresión perpleja. Sin entender nada ni saber por qué.

El aprendizaje también se basa en analogías. Primero, relacionar cosas diferentes, clave de la física, la filosofía y la lingüística; luego, compararlas y establecer analogías. Después, mediante analogías y símiles acaso muy traídos por los pelos, ya se puede acceder cavilando al mundo de los símbolos y el pensamiento abstracto, y finalmente, escoger algo. Sí, la libertad humana, esa abstracción, deriva de nuestra facultad de trazar analogías. «Prefiero esto a esto otro», decimos tras breve reflexión. O bien: «Prefería no hacerlo». O incluso: «A otro perro con ese hueso, capullo». Frase en la que tanto el perro como el hueso, y quizá el capullo, son figuras retóricas creadas mediante analogías, y vienen a significar que no estamos de acuerdo con las razones de alguien, y preferimos que se vaya a freír espárragos. Por supuesto, sin analogías, ese gran invento, tampoco habría literatura (¡ni metáforas!), aunque eso ya sería lo de menos. Y luego dicen que las comparaciones son odiosas. Anda ya. A otro perro con ese hueso.