TW
0

Resultaba incomprensible que un anciano aterrorizado ya por una anterior agresión en su propia casa no se pudiera defender con lo que tuviera a mano para tal menester. Tal vez acostumbrados a que en las películas americanas si uno es víctima de un allanamiento de morada pueda repeler la intrusión con un arma, la opinión pública no daba crédito a lo que este anciano de Porreres, Pau Rigo, estaba padeciendo. Más si tenemos en cuenta los antecedentes del incidente que acabó con la vida de uno de los ladrones. Tres meses antes, Rigo y su esposa habían sufrido un robo en su casa por unos tipos con el rostro cubierto que se apropiaron de miles de euros. Luego resultó que dos de ellos eran los mismos que en el segundo intento de robo. Consideraron que el anciano y su esposa eran blanco fácil y quisieron mezquinamente sacar mayor tajada. Rigo relató que el robo frustrado había sido llevado a cabo con amplias dosis de agresividad, algo que puede ser rebatible por el abogado defensor pero visto lo visto es más probable que sea una certeza que lo contrario. Alguien que ha sufrido en sus propias carnes un robo en casa ya tiene el miedo metido en el cuerpo más cuando es consciente de que su fortaleza física ya no es la de un joven, algo que multiplica la sensación de inseguridad. No se trata de tomarse la justicia por la mano sino la de defender tu vida y la de tu ser más querido, amen de todo aquello que has construido. El que una supuesta justicia alegue que hay que medir la resistencia cuando tu miedo es insuperable suena a fantasía. En tales circunstancias pedir que se calcule el impacto de tu defensa es cuanto menos ser un cínico repulsivo. No sé qué hubiera hecho yo, porque nunca me ha hallado en una situación similar, pero lo que tengo claro es que Rigo actuó bajo unos principios de dignidad que unos delincuentes sin ningún tipo de escrúpulos (el respeto a la vejez les iba a detener) no le iban a arrebatar.