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Jacques Delors, uno de los grandes políticos del siglo XX, dijo que la construcción europea en la posguerra de 1945 fue hija de los «amores virtuosos» de la democracia cristiana y de la socialdemocracia. Yo añadiría, con la inestimable ayuda de liberales y algunos conservadores.
Las dos grandes familias europeas mostraron su debilidad hace ya cerca de 30 años debido a numerosos factores, pero también a la aparición por la izquierda de comunistas reconvertidos al pseudo-socialismo y por la derecha de partidos populistas con recetas simples para problemas complicados. En 2019 el PSOE ganó las elecciones con un número muy bajo de escaños (120) y de porcentaje de voto (28 %) y en 2023 perdió las elecciones pese al mayor porcentaje de votos (31 %). Por su parte el PP en 45 años de democracia constitucional solo ha gobernado 15 años. En 2019 obtuvo un 21 % de votos y en 2023 ganó con un insuficiente 33 %.

Hace tiempo que muchos partidos socialistas europeos están en crisis (Francia, Italia, Países Bajos). Renunciaron a conseguir mayorías de los votantes y se conforman con liderar coaliciones, a menudo mal llamadas de izquierdas o de progreso. Por otro lado, la democracia cristiana tradicional está desaparecida, salvo en Alemania. Recordemos su trágica disolución en Italia o el ejemplo de Países Bajos donde la todopoderosa CDA hace 30 años, capaz de gobernar en solitario, ha obtenido solo 5 escaños en las últimas elecciones. Y a los miembros del Partido Popular europeo les cuesta encontrar aliados respetables.

Hay, por lo menos, tres razones para la crisis de los partidos clásicos. Una, porque ya se han logrado las grandes aspiraciones del bloque socialdemócrata-demócrata cristiano (sanidad universal, educación gratuita, etc.). Dos, los sindicatos y las iglesias han perdido su influencia sobre los votantes, ya no son los inspiradores masivos de votos. En tercer lugar, los votantes tradicionales han envejecido. En Países Bajos, el votante medio socialdemócrata tiene la misma media de edad que los del partido de los pensionistas.

Ahora los grandes partidos están en manos de los pequeños de la coalición que quieren imponer condiciones inasumibles, aunque Pedro Sánchez es capaz de aceptar todo aquello que le garantice unos años más en el poder.

Se acabaron los amores virtuosos. PP y PSOE no se hablan. Ahora se imponen los amores viciosos, sin futuro, para satisfacer necesidades inmediatas. Sánchez ha retorcido a su partido y a sus electores para poder tener relaciones con los indeseables. No ha convencido, pero se ha impuesto. No se da cuenta de que un día, los indeseables le dejarán caer y con su caída arrastrará al PSOE, la única fuerza política que sigue intacta de las que en la Comisión Constitucional de 1978 elaboraron la Constitución.