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Se acerca el final de un año y a uno le apetece reflexionar sobre la vida. Se puede recurrir a muchas fuentes para beber de ellas, pero en mi caso –evidentemente muy corregible– la literatura y la música son mi referencia. Veamos. Cito de memoria y no quiero aquí y ahora ir a Wikipedia.

Hay un poema de Neruda en el que viene a decir que al morir, al dejar de vivir, el corazón pasa por un túnel oscuro, muy oscuro, como si naufragáramos hacia adentro. No es una mala definición, ¿verdad?, don Pablo sabía lo que decía y cómo lo decía. ¿Alguien no ha leído sus Veinte poemas de amor y una canción desesperada? Es una lectura obligada, claro que sí, recuerdo aquello de corazón de viento latiendo sobre nuestro silencio enamorado. Ahora, cerca ya de que el viento enamorado deje de provocar el latido de mi corazón, lo recuerdo con una mezcla que no me desagrada de dolor e ilusión. Si, la ilusión persiste aunque ya en mi calendario queden ya pocos números, pocas hojas. Pero seguir disfrutando de leer y de escuchar buena música es fundamental. Y como recomiendan Louis y Ella, lo imprescindible e inmejorable es bailar mejilla con mejilla –cheek to cheek– con quien amas y amarás hasta que el fuelle diga basta. Dicen estos dos inolvidables, Armstrong y Fitzgerald, que nada hay comparable a esto. Muy cierto. Se le parece escuchar a Pablo Mielgo dirigiendo la Sinfónica de las Islas Baleares, que es un magnífico asunto, te transporta a cielos soñados, te lleva del brazo a un mundo de sensaciones inmejorables. Si al final o antes has tenido la enorme suerte de poder leer un buen libro en el silencio deseado de tu pequeño despacho, en tu casa, el cielo está servido. Ahora mismo, Javier Cercas –querer ser siempre joven es una idiotez, nos dijo– y Elvira Lindo –qué raros son los recuerdos que nos hacen disfrutar de una felicidad de la que no nos dimos cuenta, tiene escrito mi amiga impagable– no se me caen de las manos, me hacen pensar, sonreír y a veces, por qué no decirlo, casi llorar. Es la vida, ¿verdad?, reír y llorar con la frecuencia y la compañía adecuada. Reír y llorar siempre de la mano de alguien querido, miembro de la familia biológica o adquirida, es decir, de tus amigas o amigos del alma, de esta gente que sin contar con rastros genéticos compartidos comparten tus gustos, tus deseos, tus ilusiones. Y tus derrotas y tus caídas, tan frecuentes, tan inevitables. Tener ahí una mano en tu mano es absolutamente imprescindible, porque entonces puedes, como decía Ramón y Cajal, aprender de ellos.

Roberta Flack pide que la mates dulcemente con una canción. Tampoco es esto, pero analizado con una cierta distancia, tampoco está mal. Morir no de una historia médica que tus amigos no han podido controlar, morir atravesado por una canción, y a ser posible después de haber disfrutado con Carmen de tres o cuatro momentos de ternura, como solicita el añorado Luis Eduardo Aute. Y después –Serrat– que me entierren en la ladera de un monte, entre el cielo y la tierra, viendo el mar, donde está mi padre, en Lluc. Puede ser inmejorable si es después de escuchar a Maria del Mar Bonet cantando con los blauets ‘La Balanguera'.

Dice Bruce Springsteen que con su chica irá esta noche hasta el río que ya está seco. Qué más da. Es su río, es su chica. Uno debe tener su río y su chica o su chico, para ir hacia él de la mano, con los recuerdos en el corazón, que no son una maldición, admirado Boss, son una bendición. Ellos te mantienen vivo con el mejor de los alientos. Recordar para seguir, seguir para recordar. Vivir.