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Pues no no sé que decirle, le respondería yo a nuestra jueza decana, Sonia Vidal, para quien la Inteligencia Artificial «no podrá sustituir al ojo entrenado de un juez en casos de cierta envergadura». Pero es que por todas partes salen sentencias, decisiones, dilaciones y hasta sorpresas judiciales que escapan al sencillo entendimiento. Algo falla, creo yo, en el tercer poder del Estado. La rectificación del Supremo a la Audiencia Provincial que respaldó al exjuez Penalva en su demanda contra Ultima Hora era algo de lógica, como también lo era la reciente exoneración de Mónica Oltra por las canalladas de su exmarido. Un juez artificial lo habría adivinado enseguida. Y, además, habría sentenciado hace años ‘nuestro' caso Puertos o el papel de Rodrigo Rato en Bankia, cuestiones que aún colean por los tribunales. La Justicia Artificial también despejaría dudas. Por ejemplo, si eximir de responsabilidad penal a Juan Carlos I por un supuesto fraude a Hacienda implica que Felipe VI puede delinquir con impunidad; hasta qué punto son unos gángsters el tal Koldo y sus amigos; si Begoña Gómez es una aprovechada; si Puigdemont es un terrorista, si la amnistía es constitucional o si el fiscal general, o algún otro, se pasó con el novio de Ayuso. En fin, que el juez artificial nos ofrecería celeridad, criterio e imparcialidad. Eso sería así siempre que la computadora fuera programada con cierto sentido común para interpretar normas legales jerarquizadas y coincidentes, lo que no siempre ocurre en España. Entonces tendríamos una Justicia muy justa pero también, y este es el tema, muy deshumanizada.