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El miércoles que viene se cumple el décimo aniversario de la llega al trono del Reino de España de Su Majestad, Felipe VI. Como conmemoración, han montado un concierto en la plaza de Oriente en Madrid, con un desfile. En un alarde, Zarzuela ha publicado unas fotos del Monarca muy serio en su despacho. Nada más. Poca pompa con el aniversario. ¿Dónde está un día libre para todos? Una fiesta en condiciones. Dado que la jefatura del Estado es una monarquía y que esta se reivindica como necesaria y el mejor modelo posible, estaría bien que hiciera cosas propias de tal figura. Gracias arbitrarias a la población como un festivo este miércoles para poder disfrutar de la efeméride como se merece. No hacen falta opciones más caprichosas como banquetes para el pueblo en las plazas de las principales ciudades, pero qué menos que una jornada de asueto para poder celebrarlo. De tan rigurosa y seria que se ha intentado convertir la institución, resulta ya indistinguible de cualquier otra fórmula. Se asume el inconveniente de que la jefatura del Estado se asigna a una familia en concreto a cambio de una supuesta estabilidad y por tradición histórica. En justa recompensa se esperaría algún comportamiento caprichoso en ese plano simbólico.

Un toma y daca razonable a mostrar en las celebraciones. No se reclama nada suntuoso, solo un mínimo festivo este miércoles que agradecer a su majestad. Ya que no lo hubo para la coronación lo va debiendo. Otra cosa es que se pretenda un perfil bajo para la efeméride porque el ascenso de Felipe implicó la caída de Juan Carlos. Eso tendría aparejada una vergüenza incompatible con la dignidad del cargo. Padecer por los excesos del predecesor supondría asumir un riesgo permanente para la institución que un monárquico no debe aceptar. O se celebra con pompa de verdad y un festivo, que sería lo más importante, o qué más da.