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A menudo los políticos se quejan de que la ciudadanía les critica, hagan o dejen de hacer. Se sienten ofendidos y poco valorados. Les voy a dar un pequeño ejemplo para que tomen conciencia de por qué la mayoría nos sentimos estafados por su nefasta gestión de lo público. El alcalde de Palma, Jaime Martínez, arribó al cargo obsesionado con convertir el antiguo edificio de Gesa en un museo de arte contemporáneo a pesar de lo difuso de la idea y de que varios expertos hayan dictaminado que es un despropósito. Pero, erre que erre, ahí está su apuesta, inspirada en lo que ha hecho Málaga para convertirse en la ciudad que es hoy (invivible). Aún quedan trámites burocráticos para finiquitar la compra, que a los contribuyentes nos saldrá por un pico. Luego el concurso de ideas, la demolición, la conversión del edificio en sostenible y eficiente, crear allí un centro de creación artística e innovación, etcétera. Un potosí y varios años de obras, después del culebrón interminable que ha supuesto hacer de él un bien colectivo. No estoy segura de llegar viva a ver la conclusión.

Pero, mientras, casi oculto en el centro histórico de Palma, existe un coqueto Centro de Interpretación de la Cultura Judía que esas mismas autoridades municipales en manos del PP inauguraron a bombo y platillo ¡en 2015! Ahí sigue, olvidado, cerrado a cal y canto y sin ningún proyecto a la vista. Dicen los que mandan que les importa la cultura, que es su apuesta para dotar a Palma del relumbrón que le falta. ¿Sí? Pues poco se nota. Porque en el ámbito de la cultura judía Palma es grande y, sin embargo, se desprecia ese legado para hacer sitio y presupuesto a los delirios de grandeza de un futuro que nadie tiene nada claro.