TW
9

Para alquilar un piso, suponiendo que Ud lo encuentre, prepare los dos mil euros mensuales que le van a endilgar, más dos meses de fianza, más otro mes para la inmobiliaria, más los doscientos euros de seguro de impago que le exigirá el fondo buitre propietario de la vivienda, más la mudanza. Entrar de alquiler hoy sale tan caro como antaño la entrada de un piso, y casi como un piso entero en otras comunidades hace pocos años. Pero antes deberá pasar un casting o proceso de selección, en el que será citado en día y hora para competir en solvencia, seriedad y simpatía con otros aspirantes, e incluso se ha llegado a pedir dinero por tener la oportunidad de presentarse al concurso. No se extrañe si le niegan el alquiler por tener niños, perro, gato o ser fumador, y no digamos si no tiene trabajo fijo o es Ud. gitano o inmigrante no blanco y sobre todo no rico. El «piso patera» ha llegado a los nativos y residentes mediante el alquiler de habitaciones. Pagar 700 euros al mes (tras pasar aquí también el correspondiente casting) para compartir vivienda con desconocidos, sin espacio ni intimidad, sin poder invitar a amigos ni organizar una triste cena no es calidad de vida. Y tanto para pisos como para habitaciones (lo que antaño venía a ser una pensión) las colas son interminables.

Se trata de entender algo muy elemental: si los salarios no llegan a 1500 euros y los alquileres valen eso o más, vivir se hace imposible, excepto en condiciones miserables. Cabe denunciar aquí la codicia de quien especula con un bien básico, sean los grandes fondos buitre, aquellos que compran sólo para especular, quienes se forran con el alquiler vacacional o sencillamente aquel propietario rentista que pretende vivir sin trabajar y sacarse un salario de alquilar aquel pisito pequeño y cutre que fue de su abuela. Añádasele la falta de vivienda pública. «Es el mercado, amigos», dirán quienes ya sabemos, pero el enorme problema de la vivienda revela al mismo tiempo la importancia de la política y la impotencia –o acaso la ineptitud– de la clase política; demuestra que la beatífica mano invisible del mercado no existe, y que intervenir en la economía es la primera razón de ser de la política.