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Días pasados, los medios de comunicación dieron como noticia de primera magnitud, la identidad del ADN del llamado Cristóbal Colón, para precisarnos que era el propio de un judío del Mediterráneo occidental. Creo muy poco o nada en los análisis de ADN y menos de los efectuados en huesos de quinientos años, pero la noticia me sorprendió. Corroboraba mi tesis de que Cristóbal, el Descubridor, no fue otro que el marinero mallorquín Cristòfor Colom, que sobre 1476, con una edad que oscila entre los veinte y treinta años, abandonada la isla, forma parte de la tripulación de una flota que combate al sur de Portugal.

Siempre he pensado que es el judío mallorquín que tras mil vicisitudes, quince años después de su marcha de la isla, regresa de descubrir América, y escribe su primera carta sobre el acontecimiento, no a los reyes Isabel y Fernando, sino precisamente a Luis de Santángel, otro judío, valenciano, tesorero de los Reyes Católicos, firmando con el antedicho nombre de Cristòfor Colom y no otro. A fin de cuentas, Santángel ha sido su valedor ante la Corte y el que ha puesto sobre la mesa gran parte del dinero con el que financiar la empresa. Pero hay algo más, que me llevó a la Dominican University de Chicago, hace veinticinco años, para esclarecer cuanto escribo: el entramado mallorquín de los Santàngel de origen valenciano. En Palma, haciendo negocios, vive Galcerán de Santángel, relacionándose con los Pardo, Vivot, Piña y Vidal, también de origen judío. Todo encaja. El joven Cristòfor no es el tratante de lanas, hijo de unos bodegueros de Génova. Es un reconocido navegante, de mente culta, que esconde sus orígenes para que no le acorrale el creciente sentimiento antijudío, y que será nombrado almirante de la mar océano sin haberse ni tan siquiera naturalizado castellano como se verán obligados a hacerlo los demás extranjeros, hombres de la mar, al ponerse al servicio de los Reyes Católicos. Por qué pues? Pues porque un mallorquín, como natural de la Corona de Aragón, no era extranjero para los monarcas hispánicos. Se suponía súbdito leal de la monarquía. Así lo aclarará el Consejo de Aragón en 1596, cuando se trate de aclarar si los mallorquines son extranjeros en Indias.

Pero hay más. Vale la pena considerar que el Cristòfor Colom que así se firma, no es un genovés cuya familia jamás se encontrará, es el maestro consumado en las artes de navegar, que lee el latín, que está familiarizado con la Biblia y se permite interpretarla; que ofrece notables conocimientos de geometría y de astronomía; que a una isla paradisíaca la llama «Isla Margalida»; que será arropado por el intelectual mallorquín Arnau Descós y despreciado por el clérigo catalán Bernat Boil, y que al final de su vida, durante su cuarto viaje, nos precisará que aun sueña, no solo con rescatar «Hierusalem», sino también con reconstruir el templo. ¿Qué templo? Suponemos que no será el de Santa Eulalia de Palma.

Con estos y más elementos, hace ya años, sin necesidad de análisis de ADN, los mallorquines ya habríamos reivindicado a Colom, pero somos como somos. Fueron demasiados los Colom conversos, que en Mallorca, a finales del siglo XV, habían sido condenados por la Inquisición. Valía más no moverlo. Dejarlo todo tal como está. Y así posiblemente continúen las cosas. Deixem-ho estar.