En un corcho del portal del número 58 de la calle Miquel Rosselló Alemany, en Cala Major, está colgada la lista de vecinos morosos. En ella aparece únicamente un nombre: el de Bernardo, el vecino del 1ºA, subrayado en amarillo fosforito. Sus deudas empezaron en 2014. Ese año y los dos siguientes dejó de pagar varias cuotas de comunidad. En 2017 ya no pagó ninguna. Y de igual forma ocurrió los años siguientes. Ningún residente sospechó nada en la finca. Tampoco lo hicieron al ver su buzón rebosar de cartas y propaganda. No cabía nada más. Aun así, nadie intuía que le hubiera podido pasar algo malo. Su Renault Kangoo no se movió en todo este tiempo de uno los aparcamientos con los que cuenta el edificio. La maleza ha crecido hasta tal punto que parece pedir paso para meterse dentro del vehículo. El forense de guardia desplazado hasta su vivienda estimó que el cuerpo del varón llevaba entre cuatro y cinco años sin vida cuando fue descubierto la tarde del pasado lunes. El vago recuerdo del fallecido que le vino a una conocida hizo que se pudiera resolver el enigma de su ‘desaparición'.
Sorpresa El día después del sorprendente hallazgo, adelantado en exclusiva por Ultima Hora, la sensación entre los residentes de la zona era una mezcla entre asombro e incredulidad. Y también pena, mucha pena. Bernat Mesquida Barceló, de 55 años, no era el vecino más popular de Cala Major, ni tampoco de su calle. Ni mucho menos. Era pintor y hacía algún trabajo puntual. Poco más se sabía de él. La gente, ayer al mediodía, no estaba muy por la labor de hablar. Quizá por el desconocimiento o por el sentimiento, en cierta medida, de culpa. El de no haber echado en falta a un vecino en todo este tiempo.
Con su mujer paseaba, dirección a su vehículo, uno de los pocos vecinos que sí tenía recuerdos de Bernat. A esa hora aún no sabía lo que había ocurrido horas antes a escasos metros de su casa. Miró el móvil, leyó la noticia en la edición digital de esta diario y se quedó blanco. «Pobre Bernat», espetó. Para después relatar su relación con él, que se remonta tiempo atrás. «Lo conocía desde hacía unos 30 años. Sabía que vivía en el 1ºA. Era pintor y a veces venía a hacer cosas en casa», explicaba. También apuntó que dejó de llamarle hace años porque su móvil «de repente se apagó». Ese hecho no le extrañó en absoluto ya que, como él mismo confesaba, sus «idas y venidas» eran habituales cada cierto tiempo. «Se iba largas temporadas con algún familiar que tenía en la Isla», subrayó. Pero en esta ocasión sus ausencias se hicieron mucho más prolongadas de lo que en él era normal. Hasta el punto de que esas llamadas nunca se devolvieron. Ni tampoco llegaron los sms de «el móvil al que usted llamó ya está disponible». Bernat, para su vecino y amigo, se había evaporado casi de un día para otro.
Hacía años que el hombre, de 55 años, arrastraba una depresión que le había hecho quedarse prácticamente recluido en casa. Más de lo que ya era habitual en él. No hacía nada de vida social. Las pocas veces que salía era para comprar tabaco y cerveza en los establecimientos cercanos a su piso. También para recoger basura que, junto a su cuerpo, se encontraron amontonada los agentes en su vivienda.
En el majestuoso edificio que se levanta enfrente de donde vivía el fallecido, una de las centenares de personas que residen en él llega de trabajar con su moto. Se quita el casco y pregunta qué pasa. Lo hace porque la libreta en mano del periodista y el bolígrafo sobresaliendo de las espirales le llama la atención. Se pone al día y empieza a recordar, no sin problemas, quién era Bernat. «Tengo la imagen de alguien muy solitario. Nunca le vi con nadie. A veces venía al bar de aquí abajo –lo señala con el dedo–, se pedía una cerveza, sacaba su paquete de tabaco y se marchaba tal y como había entrado», narraba. Y añadió que le recordaba «alto y delgado».
Buzón En su edificio todo era silencio. Unos por no querer hablar del suceso –a una mujer no le salían las palabras y se echó a llorar sin poder decir esta boca es mía– y otros porque simplemente no se encontraban en casa. La puerta abierta del portal daba paso a los buzones. Uno llamaba mucho la atención. Se veía de lejos repleto de cartas y folletos de publicidad. Era el del 1ºA. Allí vivía Bernat Mesquida Barceló. Cerca del número 58 de la calle Miquel Rosselló Alemany, dos vecinas adecentaban los jardines de sus casas y comentaban el suceso. A pesar de que sus viviendas se encuentran a escasos metros de donde residía el fallecido no lo conocían. «En ese edificio –apuntando a él– hace años se le quemó el piso a un hombre que vive solo porque se dejó en el fuego una sartén y se fue a dormir», dijo una de ellas haciendo cábalas sobre si podía ser la misma vivienda que la de Bernat. Pero no. Ella apuntaba al segundo.
El cartero ya sabrá el motivo por el que Bernat Mesquida Barceló, el vecino del 1ºA, no recogía sus cartas. Y sus vecinos el porqué de sus deudas con la comunidad.
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