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Es la eterna cuestión, y no deja de ser una tontería abrir el debate pues ambas tradiciones conviven a la perfección en la mayoría de hogares. El belén llegó con Carlos III de España desde su adorada Nápoles, el árbol con la reina Victoria Eugenia de Battenberg, que fue la primera en instalar uno en el Palacio Real de Madrid tras su boda con Alfonso XIII en 1906.

El árbol provocó un escandalazo mayúsculo, por profano y poco católico, pues la reina nació anglicana. Sin embargo, solo un año después, todos los palacios de los nobles españoles lucían arboles improvisados compitiendo en extravagancias mil.

En mis fotos ven uno que les parecerá chocante, y lo es. Está instalado en el hotel del Caribe desde donde escribo esta crónica, el Sofitel Baru Calablanca, en Cartagena de Indias, y aquí no choca la locura del color, ni el brillo exagerado, ni la altura desmedida.

Quiero decir que si el árbol gusta es porque nos permite ser muy horteras, y si no lo somos, mejor no hacerlo. El belén es conservador, y por Jesús nacido, hoy ha de seguir siéndolo. Me enloquece el de los March. ¿A ustedes no?