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La vicepresidenta del Gobierno, Yolanda Díaz, ha presentado de forma oficial su candidatura para las próximas generales. Fue un acto no demasiado grande, una cosa creada desde arriba y con Podemos fuera. Algo incomprensible del todo: el anterior vicepresidente del Gobierno de ese lado de la coalición señaló al marcharse a Díaz como candidata y sucesora. En más de año y medio, ambos lados han sido incapaces de nada que no sea distanciarse y generar una fricción difícil de entender para cualquier posible votante. Cualquier análisis racional concluiría que un acuerdo es beneficioso para ambas partes. Díaz no va a ningún lado sin Podemos y el partido tampoco parece tener opciones de ganar nada en colisión contra la autoproclamada candidata y sus posibles apoyos. Tan obvio es que es hasta probable que no llegue a ocurrir nada. Como dos estatuas que representan un pulso. El juego de dos coches que aceleran uno contra otro y pierde el primero que se aparta. Si se enfrentan dos jugadores ideales, el choque está asegurado. Por lo pronto se ignora qué papel jugarán en las próximas autómicas y municipales: dos opciones compitiendo en el mismo flanco. Algo similar lo hicieron en Madrid con cómicos resultados entre Pablo Iglesias y Errejón Más Madrid. A la vista de lo ocurrido hasta ahora los pronósticos se inclinan al desastre. Si Díaz no es capaz de agrupar en torno suyo a sus afines, sean de quien sean las culpas, mal forjará un proyecto atractivo para otros. Si Podemos se queda solo, la posibilidad real es que, en las próximas citas electorales no sea Ciudadanos el único partido en desaparecer o casi. Las alternativas regeneradoras surgidas tras la última crisis han demostrado ser de corto recorrido. Explosiones intensas pero breves. Todo cambió para quedarse casi igual que estaba, salvo una pirueta o carambola de último segundo.